jueves, 7 de agosto de 2008

El escandalete de la bandera, el psicoanálisis y el pensamiento militar

Los escandaletes son caramelitos para los medios de comunicación: permiten llenar páginas, titulares y primeras planas sin ningún esfuerzo. Para los editorialistas, columnistas de opinión y comentaristas, además, son un regalo del cielo: ¡Tiene un problema en el que no pueden equivocarse! No importa qué digan, es facilísimo tener la razón.

El último escandalete, ha sido el de las fotografías de la vedette Leysi Suárez posando desnuda mientras cabalga con una bandera del Perú a modo de aparejo. Con una indiferencia al ridículo majestuosa, el ministro de Defensa ha ordenado que se la enjuicie por ofender a los símbolos patrios. La bandera no es un tampax, dijo sin despeinarse, llevando el debate a un nivel subterráneo propio de las raíces de los volcanes y promoviendo un intercambio de ideas transparente y fluido como el petróleo.

Las fotografías no ameritaban más azote que los negros pensamiento acerca de lo insondable que puede llegar a ser el desprecio por la estética y el buen gusto. Pero el imaginativo ministro, el jefe del ejército y algún congresista creen que el asunto se dirime penalmente. No voy a entrar en el debate de por qué se considera indigno el cuerpo desnudo, ni en el juicio moral de la menstruación, porque sería navegar por la historia del cristianismo y del judaísmo y no me atrae en lo absoluto.

En cambio, creo que la hipersensibilidad en torno de los símbolos patrios merece ser tomada en serio, buscar una explicación y evitar la descalificación rápida tan frecuente en los medios. De todos los artículos que he revisado, hay dos que “analizan” la mentalidad militar y concluyen barbaridades.

El primero es Jorge Bruce, comentarista dominical de Perú 21, malabarista de la palabra y analista capaz de pintar de psicoanálisis hasta al arco iris. Él descubre una supuesta paradoja: los militares, machistas, se escandalizan de los órganos genitales femeninos colocados sobre la bandera, pero festejan la misma bandera atada a un “símbolo fálico”: el asta.

Qué cosa tan increíble. Redujo el problema al tópico “quién la tiene más grande”. ¿Cómo se explica a alguien con semejante visión del mundo que una mejor explicación es reconocer el asta como la solución más eficiente al problema de visibilización de los distintivos? Aunque parezca imposible, yo lo intentaré. Para ello, voy a proponer alternativas intentando conseguir lo mismo que el asta, pero sin símbolos fálicos. A ver qué tal me va:

  1. Utilicemos un globo de gas blanco y rojo que se eleve majestuoso sirviendo como emblema común,
  2. Pidamos a los más altos del batallón, del barrio y del colegio que sostengan en alto una mesa redonda, como la del Rey Arturo, pintada con los colores de la bandera,
  3. Amarremos con una soguilla una patita de los flamencos de San Martín y pidámosle que alcen vuelo cerquita nomás,
  4. Solicitemos a un ingeniero que diseñe un generador de nubes de vapor y lo iluminamos con punteros láser de luz blanca y roja,
  5. Invitemos a algún voluntario a que se disfrace de mago, en zancos especiales que no parezcan símbolos fálicos, y que se dedique a sacar de su nariz cintas blancas y rojas.

Hum. Creo que más sencillo es usar el asta de la bandera, nomás.

El segundo comentarista que navega en el proceloso mar del desatino es Álvarez Rodrich, director del periódico que cobija a Bruce, quien ha tomado como misión personal hacer sencillos los problemas de coyuntura. Pero en su frenesí, se parece a un Midas doblemente castigado por los dioses: todo lo que toca se convierte en caricatura.

En el caso del juicio contra Leysi Suárez, afirma:

“La fotografía es de mal gusto (…) y, en esos asuntos, como en los colores, el Estado no puede meterse a imponer qué es buen gusto y qué no. Salvo que se cometa una ilegalidad. (…) La intervención de Flores-Aráoz es absurda y constituye un precedente peligroso para las libertades en el país, pues pretende imponer cómo se puede usar la bandera. Ni siquiera Fujimori hizo un juicio cuando le lavaron la bandera. Lo ocurrido se parece a la prepotencia, también bajo este gobierno, de censurar las ilustraciones de Piero Quijano. Los militares no tienen el monopolio del cuidado de los símbolos patrios.”

Ese estilo de frases breves rotundas de conclusiones sin premisas me suena muy autoritario y desagradable. Uno espera que un periodista de opinión reflexione sin pretender imponer una opinión, pero bueno, supongo que por ese tobogán cualquiera resbala. Es feo, pero no grave. Lo que sí es grave es su desprecio por entender qué ocurre con los valores militares y ayudarnos a entender mejor el mundo que nos rodea.

A los militares se les adiestra cuidadosamente para que sean capaces de matar y morir por la patria, para que lo hagan sin cuestionar la moralidad o la eficacia de su acción y para asegurar la menor autonomía posible. No es tarea fácil, si reflexionamos en ello. Decía Ghandi que hay muchas razones por las que él podría dar su propia vida, pero ninguna por la que pudiera quitarla a otros y seguramente casi todos los civiles concordaríamos con él. En cambio, los militares están formados para matar al enemigo, y morir si es necesario. No lo hacen por placer, lo hacen por “la Patria”, por “la Nación”, por “El Perú”.

Pero ¿qué es la Patria, la Nación y el Perú? Ciertamente no algo tangible. La Patria no es tu barrio, como la Nación no son los peruanos y el Perú no es una línea fronteriza. Son idealizaciones, son símbolos. Los militares están dispuestos a morir por una abstracción. Más aún, se trata de valores que han evolucionado hasta hacerse indispensables en cualquier fuerza armada, porque de lo contrario los combatientes no serían capaces de soportar el estrés del combate y las privaciones de un conflicto.

En esas condiciones, la bandera representa algo tan sagrado que justifica la vida misma. Y eso es incomprensible para los civiles. Nosotros, en cambio, hemos evolucionado en dirección contraria. En la sociedad civil han evolucionado las nociones de tolerancia, respeto mutuo, dignidad humana, reconocimiento de la condición humana en los demás y exigibilidad de los derechos humanos, como resultado de un tipo de sociedad basada en la cooperación, la confianza y el respeto a los acuerdos. Un tipo de mundo que considera intolerables el abuso, el imperialismo o el saqueo. Un mundo en el que las ideologías se extinguen, al igual que las utopías comunes y los símbolos transgrupales. Nosotros cultivamos la irreverencia, la autonomía y la libertad de pensamiento. Valoramos la diversidad más que la homogeneidad. La polifonía en lugar del canto coral. Es decir, exactamente lo contrario a la lógica militar.

En esas condiciones, no se trata de decir “qué brutos los milicos que no piensan como yo”. Se trata de entender que si eliminamos de los valores militares el culto por el símbolo, perdemos la naturaleza militar. Y esos valores no se cultivan impunemente. Tienen consecuencias, como lo ejemplifica esta historia de banderas y calatas.

Finalmente, vale la pena recordar que entre los civiles también hay quienes rinden culto a entidades abstractas hasta el punto de matar y morir: vertientes extremistas del marxismo, cuya versión polpotiana mató a uno de cada cuatro camboyanos, por ejemplo. O del nacionalismo, capaz de matar a 140 mil y desplazar a un millón de personas solo en la antigua Yugoslavia.

Ojalá el Perú viera al marxismo fanático, el racismo y el nacionalismo como tristes dramas de tierras lejanas. Pero también los tenemos aquí: Sendero Luminoso (“matar a 60 en Lucanamarca para hacerles comprender que éramos un hueso duro de roer”: Abimael Guzmán en la ‘entrevista del siglo’) y los antauristas (“Con una cacerina se solucionan los problemas del Perú”: Antauro Humala en su pasquín ‘Ollanta’) en este sentido se parecen mucho y sería bueno que nos tomemos el trabajo de comprender antes de descalificar.

1 comentario:

Ivonne dijo...

ehh "Ojos de biblio".. ando esperando un siguiente post!! =)

atte.

Una biblio-ciega